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CLUB

La misma carabela

Articulo de Blas López-Angulo en iusport.com

No te puedes bañar dos veces en el mismo río. En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos (los mismos). El río, que es la metáfora máxima del fluir usada por Heráclito, cambia tanto como el bañista. El filósofo francés Bachelard la glosó de manera insuperable: "...no puede bañarse dos veces en el mismo río porque en su más íntima profundidad el ser humano comparte el destino del agua fluyente".

Cada final de temporada el estado del fútbol se vuelve más líquido si atendemos a la descomposición de sus plantillas o la práctica renovación en muchos casos, puesto que podemos verlo como un fenómeno positivo. Esos derechos de retención del pasado esclavizaron al jugador, considerado patrimonio del club: lo mismo que ahora envuelto entre una maraña de representantes es visto como una mercancía de ida y vuelta.

Pretendo aquí tal como acostumbro, asomarme a dicho fenómeno con las armas y las letras que nuestra milenaria cultura atesora (¡y aún con otras más!): El barco en el cual volvieron desde Creta Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaban desde épocas pretéritas, reemplazando las tablas estropeadas por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era. Muchos objetos pueden caer en la conocida paradoja de Teseo: edificios y automóviles, por ejemplo, pueden sufrir un reemplazo completo y aún mantener algún aspecto de su identidad; los clubes de fútbol, como otras muchas instituciones, cambian frecuentemente de dirigentes y técnicos, "reemplazando" así completamente su antigua estructura por una nueva.

Tengo la infinita suerte de conocer otras culturas donde estas paradojas no son tales. En Japón, el templo del Pabellón de oro en Kioto ha resistido el paso del tiempo desde su construcción en el siglo catorce. En realidad, el edificio no ha resistido, de hecho se han quemado hasta los cimientos dos veces solo durante el pasado siglo.

Por supuesto que lo consideran el edificio original, aun reconstruido con materiales completamente nuevos.

La idea del edificio, la finalidad del mismo, y su diseño, son todos conceptos inmutables y son la esencia del edificio. El propósito de los constructores originales es lo que sobrevive. La madera de la que está hecho decae y es reemplazada todas las veces que sea necesario. El preocuparse por los materiales originales, que solo son recuerdos sentimentales de un pasado efímero, es no saber apreciar el edificio. De esa transitoriedad nos habla el budismo para curarnos del engreimiento, de los ciclos naturales y del reciclaje también el sintoísmo.

Cambian hasta las formas y estados jurídicos de los equipos, incluso los nombres, total o parcialmente. Y no digamos los jugadores, esos materiales ligeros que recalan de paso, cual aves en busca del paraíso. Salvo ilustres como Beckenbauer o Cruyff que elevan la trayectoria de un club, Bayern y Barça respectivamente.

Cambian también los dirigentes ¡por fortuna en tantos casos! Pero algunos pocos permanecen, resisten al margen de incomprensiones y contrariedades y elevan la categoría del club de manera definitiva. Bernabéu con la ayuda de la saeta rubia en el Madrid conquistó Europa mucho antes de que España volviera a Europa. A una escala reducida pero sin embargo igualmente digna de resaltar el presidente del Mirandés, Alfredo de Miguel, reproduce el milagro de los panes y de los peces, así ya diez años, a bordo de su carabela “frente a transatlánticos”.

Es algo que no suena en ningún medio. A lo sumo escuchamos a los cronistas alabar partido a partido al ya ex director deportivo Chema Aragón, menos aún recuerdan -¡ay!- a un tal  Carlos Pouso que los llevó junto a Pablo Infante, ese “banquero” pichichi de la Copa por delante de Messi y Ronaldo, a esta gloria deportiva que llegó para quedarse.

A veces, las lecciones más  “edificantes” nos las prestan los más humildes trabajando lejos del ruido mediático y del reconocimiento mundano.