Era un partido duro. De trabajo. De ponerse el mono y competir de tú a tú a un equipo que salía a la guerra en Lezama, necesitado de puntos y moral.
Sabían bien los rojillos el partido que les esperaba y no tuvieron reparos en disputar y encarar el golpe a golpe sabiendo que el primero en ver puerta tenía mucho ganado para llevarse los tres puntos.
Sin embargo la primera parte fue otra cosa. Distinta a lo previsto. Inusual. El partido parecía más abierto de lo esperado y las acciones se sucedían en una y otra área. Primero con un disparo que sacaba abajo Lizoain; después con una genialidad de Íñigo Vicente que terminaba en gol, pero no valía. Fuera de juego.
Acción y reacción. Guruzeta respondía con un testarazo que se perdía por poco y a Marqués le sobraba un control para fusilar con todo a favor ante Santamaría. Parecía cuestión de tiempo, pero al descanso las cosas se quedaban en tablas. Sin goles.
Tras la reanudación la balanza se decantaba. Los rojillos asumían más control, más acercamientos, más sensación de que en una acción podía llegar el primero de la tarde. Y cerca estuvo Brugué con dos remates que evitaba la zaga azulona. Y después otra de Camello.
El gol no llegaba aunque las sensaciones eran buenas. Muy buenas. Por eso dolió más el disparo ajustado de Álvaro Peña desde la frontal que se iba pegado al poste de la portería de Lizoain para hacer el primero a los 66 minutos de juego. En el peor momento.
La reacción desde el banquillo fue inmediata. Hassan y Roro tomaban el testigo con la intención de poner la igualada lo antes posible. Y el propio Riquelme de disparo lejano pudo convertir su trallazo en el gol del empate. Se fue fuera por poco.
La insistencia rojilla se atenuó en los minutos finales, con una S.D. Amorebieta más junta, más cerrada y menos tolerante con la acciones asociativas de los jabatos.
Al final los puntos se quedaron en Lezama y a pensar ahora en el Real Valladolid.